sábado, 21 de noviembre de 2009

Aún no había abierto los ojos, cuando notó el sabor amargo de lo ocurrido.
No había abierto los ojos durante seis meses, seis meses en los cuales, la ceguera que le ataba las manos le hacía hundirse en el querer sin querer hacerlo.
Amargura de fósforo, rápido y volátil. Todos sus pensamientos, todas sus ansías se habían consumido con el paso arrastrado del reloj, con su baba de caracol.
La humedad de sus lágrimas, había dilatado su rostro. Pero sus ojos se abrían, y no necesitaban comer su carne.
Seis meses de ceguera merecida, por colgarse de las palabras escritas, de la falta de saldar las cuentas, palabras que ya vacías de letras no ocupan tiempo, lugar, ni ocuparon carícia alguna que llenara una gota.
Amarga la felicidad que da el miedo a sentirse vacía, y tiemblan los pulsos...mea culpa, mea culpa, por el ruido necio.
Aún no había abierto los ojos, cuando notó el sabor amargo de lo ocurrido...no lo había abierto, porque seguía soñando.

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