martes, 22 de septiembre de 2009

infranqueable es una barrera propia

Abrio los ojos al notar la intensa luz que lo bañaba, ceguera profunda postergada durante casi un minuto en el cual las formas comenzaban a tomar consistencia, cunado llegó el horror y el desconcierto llenando su ser.
¿Dónde estaba? Víctima de la peor pesadilla, se zarandeó fuertemente intentando despertar aún sabiendo que no, no era un malsueño, era real....tan real como recordar cómo la noche anterior había acabado en un hostal cualquiera, después de ahofarse en los bares del centro de Valencia.
¿O tal vez olvidaba algo? Era imposible pensar con claridad. El sol que despuntaba, comenzaba a alzarse sobre él, quemaba de tal forma que anunciaba en convertir todo aquello en un horno.
Se puso en pie, temblando, tratando de averiguar donde estaba exactamente, o remotamente....
Una cerca de alambre lo rodeaba. No debía medir más de tres metros de radio, una cerca de desgarrante metal lo separa de la nada, ya que, más allá de ella se abría un mundo árido y plano en el que la línea del horizonte se confundía con el cielo por el bochorno.
Imposible que allí pudiera crecer vida, el sol exprimía, cual déspota, cualquier resquicio de agua. Solo piedras y tierra amarillenta, dura, cuarteada.
Su nerviosismo fuen en aumento conforme intentaba racionalizar sus ituación.

Los pensamientos se entremezclaban de forma inocnexa.
Sin duda, alguien lo debía haber llevado hasta allí, pero ¿cómo sin darse él cuenta?, ¿lo habrían drogado?, ¿quien?. Las preguntas se amontonaban sin tener salida, sin tener oxigeno su cerebro se fue llenando de pensamientos que en vez de ayudarle, le sumían en el más profundo caos.
Le vinieron a la mente infinidad de rostros conocidos, pero no veía en ninguno de ellos un odio tal como para arrastralo a esa situación. No se llevaba bien con su ex mujer, pero al fin y al cabo, ¿quien se lleva bien?, si la relación fuera posible, no lo habrían dejado, no es que se quisieran pero, habían llegado a un grado de comodidad en el cual el mero hecho de soportar verse la cara cada mañana hubiera sido suficiente motivo para continuar.
Pero aún así no existía el odio, al menos por su parte, ni por la de ella...o eso creía.
Más de una vez, tras quedar para hablar sobre "sobre cómo arreglar sus cosas" habían acabado teniendo nochesempapeladas del mejor sexo que se habían dado, con el consiguiente naacimiento de una esperanza que mpría casi antes de nacer. La descartó de la lista de los posibles, no por que lo tuviera claro, sino por la necesidad misma de poner un punto de agarre en esa ciénaga de pensamientos rotos.
Así, poco a poco, fue analizando toda la agenda de contacto que su cabeza almacenaba. Rostros que hacía más de 30 años que no recordaba, borrosas caras deformadas por el polvo del tiempo, inconexos rasgos de gente que coincidía con él en el atobús cada mañana, gente del barrio, de las tiendas.
El absurso absoluto de su estatismo, arrodillado con la feroz bola de fuego azontándole en la frente.
Con el paso de unas horas, determinó los puntos cardinales, cual reloj solar, había visto como el astro recorría el cielo sin escuchar ningún mecanismo. ¿De qué le servía saber dónde estaba el norte, o el sur? allí, en medio de la nada, cualquier dirección tenía el nombre de las demás.

De repente, recordó en cuantas películas e historias, los presos cavan agujeros para salir al otro lado, necesitaba respirar libertad, ya que ese aire era inacapaz de atravesar aquel alambre que lo encarcelaba.
La vida parecía írsele en ello, la vida y la piel. Era inevitable desescamarse por aquella árida fricción de las aristas de la tierra seca, al tiempo, la tierra y su piel se iban quebrando en el mismo color de tierra y sangre, amasijo que olía a posible libertad. El escozor creciente de sus manos le enfurecían de tal modo que cada pinchazo de dolor era el anuncio del siguiente zarpazo de tierra.

Exausto y viendo que su trabajo a penas daba fruto, pese a regarlo con su vida, buscó cobijo en su cuerpo, no encontrando más que su piel quemada y un ligero consuelo de arroparse, protegiéndose de aquello, y tal vez de sí mismo.

Poco a poco llegó la noche, y con ella el frío, el delirio y las pesadillas de los despertares bruscos y sudorosos. El cielo, desierto también de astros, como sus esperanzas.

La tortura tuvo una tregua al amanecer, cuando, sin saber cómo un ligero rocío mojó su cuerpo abandonado.
Tal vez fue por esto o tal vez la lucidez que a veces roza a la locura, el caso es que abrió los ojos y miró fija y desafiantemente aquella valla, aquel detestable cuerpo de encierro.
Se puso en pie, tambaleándose y respirando de una forma extasiada, mezcla de alarido y rebuzno.
Un único pensamiento, un único fin, atravesar la empalizada.

Agarró fuertemente su corazón al pecho, y desencajando su cuerpo corrió sin cerrar los ojos, mirando al enemigo, esperando el crudo impacto.
La pequeña muerte de aquel abrazo de piel y metal cortante. Como si de harapos se tratase, su piel se vió dibujada por los dientes de alambre, brollaba el rojo quemado empapándole el cuerpo, mientras eguía corriendo, arrastrando la valla tras de sí unos metros, hasta que cayó al suelo, extenuado, dolorido pero con el bello sabor en la boca d esentirse allá afuera, libre, aún sabiendo que en aquella nada la meurte era lo único que le podía salvar.
Cerró los ojos apretándose a la tierra, por sentir su propio peso palpitante y, al abrirlos, estaba de nuevo sobre la cama, una cama de mares de sangre naciendo de sus muñecas.
Como pudo, aturdido, consiguió atar unas camisetas a los cortes y llamó a una ambulancia.

franqueable es volver a nacer

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