martes, 11 de agosto de 2009

Sus dedos habían menguado en rapidez en los últimos nueve años.
Era una gran secretaria, trabajaba en una multinacional dedicada a la importación de domótica japonesa, de echo, la gran multinacional poseía un ejército de lapones que funcionaban incluso sin botón ni batería.
Era una gran secretaría ya que era capaz de transcribir todos los documentos que llegaban a sus manos sin comprender nada de ellos, capaz de beber sus cafés continuos con pajita mientras escribía y capaz si cabe de hablar consigo misma, en voz baja o alta, si se ponía cabezona, al tiempo que traspasaba el papel a la pantalla.

Pero eso era antes de que ocurriera.
No se puede decir que fuera una persona solitaria, ni que no le gustara la buena compañía por ejemplo un domingo por la tarde, para no deprimirse y tener a alguien con quien conversar. O alguine con quien ir al cine, que no comiera palomitas y que no le molestara que ella absorviera haciendo la rana con la pajita, para luego poder salir a la calle y hacer la crítica a la actriz demasiado delgada y al actor demasiado peinado y musculoso.

Margarita detesta la perfección estética. Es algo que casi nadie entiende, casi nadie que la conozca, sabiendo que no tolera una mota de polvo en su casa, ni que sus zapatos no sean del color uniforme con el que los compró. No la entienden porque no se refiere a eso. De sobra sabe que ama la perfección en su entorno, claro está, por más limpia y preciosa que fuera una mesa, aún sin tener ni una puntita de polvo, ella jamás sentiría celos de ella. No sentía celos tampoco de ninguna mujer....más bien si de los hombres. No sabía hasta que punto su envidia era deseo de poder arrollarlos por la calle o de poder estar en su lugar y sentir su miembro como propio.
Pero así era, detestaba la perfección estética en las personas, y no de las mesas, ni de las sillas....ni de ningún diseño de la Bauhaus....
Había que verla rechinar silenciosamente, desgastando su rostro estático al ver los cuerpos húmedos de los jugadores de waterpolo...el nervisismo le atacaba de tal forma que comenzaba mordiéndose las uñas hasta llegar al codo. Y como esto no está muy bien visto por la sociedad, ella prefería mantenerse un poco al margen de todos. No asistía a la cerveza diaria de sus compañeros, ya que el camarero del bar poseía un rostro simétrico, por no hablar de su trasero.
La única vez que fue a aquel bar, sin ser vista, empezó por las uñas y sin darse cuenta se comió la botella, fue la peor borrachera que recuerda, la más pesada.

Su contacto con el otro sexo se limitaba a los encuentros típicos en los que más que la morbosidad, lo que empuja el cuerpo es las ganas de curiosear, de descubrir al otro. Para ella el sexo, compartido, se había transformado en apenas un recuerdo.
Disfrutaba enormemente paseando por el parque. Había descubierto qué habían muchas parejas que parecían tener una parcela de césped reservada, que en primavera parecía que las parcelas se regalaban y que en otoño casi todas las parejas cambiaban entre ellas como en una especie de tómbola. La chica del sector de las chorisias se había trasladado al estanque, mientras que su anterior pareja ahora frecuentaba a la mujer de las buganvillas, quedando libre las chorisias para otros comensales.
Era muy observadora, rozando la impertinencia con sus dedos ágiles.

Volviendo al tema de cómo perdió su rápidez...un día llegó un nuevo compañero al despacho, era relaciones públicas, tan públicas que lo detectó pronto, sector de los sauces. Era moreno, con una piel caramelizada y unos rasgos que jugaban con contrastes y difuminados. Margarita estaba irritada, luchaba por evitar que sus dientes rechinasen, luchaba por no morderse las uñas...
Pero siempre estaba él, o su insoportable voz melodiosa, dulce y grave. Era todo un hombre, inteligente, amable, sencillo y dentro de lo imposible, discreto...horror y más odio.

El día había despertado enfundándose una gran tormenta, la cual pilló a Margarita en mitad de la calle esperando al bus. Tras diez minutos de remojo, llegó al fin la cápsula empañada, subió y justo detrás de ella escuchó:
-¿Margarita?Buenos días...bueno, buenos buenos, más bien mojados. ¿quieres mi chaqueta?
Se giró con la mano en la boca, y no consiguió articular palabra, de cerca y mojado, era aún más perfecto, era su peor pesadilla, parecía mármol de algodón. Tras un largo viaje en el que él no dejaba de preocuparse por su salud, por si se resfriaba, por que, ¿dónde encontrarían una secretaría como ella? tan rápida, tan eficiente, tan tan tan tan....
Se vió obligada a cobijarse bajo su paraguas, con él, casi rozaban sus caras, casi expulsaban el mismo aliento. él continuamente halagaba sus cualidades como secretaria al tiempo que ella sentía nauseas...

Al llegar a la oficina, lo tuvo claro, amputó sus falanges distales de un mordisco seco y rápido.
Y así lo consiguió, nunca más volvió a acercarse aquel rostro perfecto, ni a susurrarle sus dotes.
Lo único que lleva mal es que ahora, ya no le quedan más uñas que las de los pies para morderselas.

1 comentario:

Maxi Kohan (kohanart) dijo...

muy bueno, muy
terrible pesadilla
real
nene guta!